miércoles, 7 de enero de 2009








CRÓNICAS DE ALLÍ
(Editorial Comares. Granada 2001)

1



El Pueblecito de Allí derrama su blanco caserío sobre la confluencia ‑palabra que es muy del agrado de historiadores de Casino‑ de dos mares que se besan en un Estrecho cuyas aguas han sido, a lo largo de la Historia, paso obligado de todos aquellos grupos humanos que se han movido por esta esquinita soleada del Planisferio.
Dos montañas ‑una con forma de mujer yacente, y la otra con apariencia de dragón dormido sobre el mar‑ lo abrigan de todos los vientos de la Rosa, ¡de casi todos! formando además estas dos montañas una ensenada que llama ‑como la buena madre llama a sus hijos‑ a los barcos que cruzando el Estrecho desde un mar al otro, son sorprendidos por alguna tormenta en mitad de tan peligrosa travesía.
Los allineros ‑ni más ni menos que como el resto de los humanos‑ se sienten muy orgullosos de la ranciedad de su Historia Local, aunque ello no sea obstáculo, naturalmente, para que alguno, más recatado con su árbol genealogico, se guarde mucho de revelar cómo llegaron sus antepasados al Pueblo, pues la negra mole del Presidio que se yergue sobre la cabeza de dragón, amenaza en todo momento con echar sobre los apellidos de los más indiscretos alguna pequeña mácula de ‑¡eso si!‑ dificilísima borradura ‑¡no se si se me entiende!‑
‑¿Ve usted esos hermosos pinos, que aspiran con llegar a las nubes cualquiera de estos días?
‑Si señor, ya lo creo que los veo...¡la mar de bien!
‑¡Pues...! ahi donde usted los ve...¡los plantaron los presos!
‑¿Dice usted...?‑exclama el forastero muy sorprendido
‑¡Lo que yo le diga...! Y...¿conoce usted, por un casual, a Fulanito de Tal? ¡si...hombre!... aquel que tiene el Obrador de Pasteleria junto al Casino...
‑No señor ...no lo conozco pero...
‑¡Bueno! da igual...pues ese, ese mismo, es hijo de presidiario, su padre, de joven, mató a un Guardia de Asalto en el barrio chino de Barcelona...
¡Claro! que estos problemas que tienen algunos allineros con el pasado remoto que se empeña en querer convertirse en pasado reciente, cuando no, en presente fresquísimo lo solucionan quemando las Partidas de Nacimiento, ¡tan engorrosas!, de sus antecesores cuando alguna Guerra se las pone al alcance de la mano ‑¡iba a decir "...del mechero"!‑. En la última guerra se "aliviaron" de la Historia local de Allí, por este expeditivo método algo así como tres mil o cuatro mil presos que se empeñaban en subir a la superficie de los hechos historicos a la menor ocasión, ¡vaya! ¡una verdadera lata!
‑Oiga...¿usted no será ‑por un casual‑ pariente de aquel cocinero del Presidio que mató a la mujer del Alcaide y la coció en el rancho de los presos..? Esto que le cuento sería cuando la hambruna del 40...¡no se si usted se me recuerda...!
‑¡Calle, hombre, calle! ¡no diga usted tonterías!
‑Pues...usted me va a dispensar...pero le juro que es usted clavaíto a ese fulano del que le hablo.


                                                                               -oOo-


Los días de lluvia, el niño no se iba a jugar al Parque, ¡no!; ni tampoco a coger barro a "La Estufa", el lugar donde bañaban y pelaban a los quintos cuando éstos llegaban al Pueblo, ¡tampoco iba a "La Estufa!; no se iba con su patinete a las proximidades de la Casa Cuartel para perseguir a las hijas de los guardias civiles...; no se iba a ningún sitio de estos. Algunos de sus amigos aprovechaban los días de lluvia para ver cromos en el kiosco de Segundino "el del Zoquillo", o se refugiaban ‑detrás del campo de futbol‑ en la fragua de "el Sardinas" a ver como herraban a los caballos de los moros que venían de las kábilas más lejanas, al otro lado de las montañas; se metían dentro de la fragua a escuchar conversaciones "de mayores" para luego, comentarlas en el corro de la Escuela, con cuidado, ¡eso, si!, de que don Antonio no los sorprendiera...; pero él, el niño, tampoco se iba con ellos por más que insistieran sus amigos. Los más grandecitos de la calle se iban ‑¡que aburrimiento!‑ a jugar al parchis con la hermana de Luiso, que ya estaba ‑la hermana‑ en quinto curso ‑¡ahi es nada!‑ del Bachillerato, y se rumoreaba que ya tenía novio; ¡claro! que luego se enteraron que algunos, pellizcaban las entrepiernas de la hermana de Luiso, que se dejaba hacer, y salian luego todos de la casa colorados como manzanas y apagando con las manos alguna risita socarrona; de todas formas los mayorcitos ya habían perdido la magia del juego, no sabian divertirse...
Los días de lluvia, el niño, no hacía nada de esto:
‑Mamá...‑anda! ¡sácame la caja de las fotos!
El niño, desde muy pequeño, ayudado por esta caja ‑una caja de cartón, una caja de zapatos, que la madre renovaba cuando alguno de sus hijos visitaba la zapatería‑ llegó a convertirse en el cronista oral de la familia; todo lo preguntaba, todo lo investigaba, nada escapaba a su curiosidad...
‑Mamá, y este ‑o esta, segun el caso‑ ¿quien es?
La madre, cuando no se acuerda, se lo inventa y ¡en paz!, pero tiene que ser una invención muy convincente si no, no sirve para calmar al pequeño historiador
‑¡Anda ya! te lo estas inventando...¡seguro...!
‑Bueno, pues...¡entonces...! pregúntale a tu padre, a la noche, cuando venga a cenar...
Esto era lo que hacía el niño los días de lluvia:
‑Mamá... ‑ Este paso era el más dificil
‑Dime‑ la voz de la madre viene apagada por los ruidos cotidianos de la cocina
‑¿Puedo coger la lupa de Paquito?
‑No, ya sabes que a él no le gusta que le andes trasteando su escritorio.
‑¡Anda!
Y es que, un día, que Paquito estaba con gripe ‑Paquito es el mayor de sus hermanos‑ y no fue a la oficina, le dieron permiso a él para no ir al Colegio ese día y hacerle compañía al hermano. Aquel día vieron juntos las fotos de la caja. Y en un momento determinado su hermano dijo:
‑Trae una lupa que hay en el cajón de mi escritorio...
Paquito tenía escritorio ‑¡cómo no...!‑, y un cuarto para él solo, ‑también‑ y lo dejaban de guardarse, en sus bolsillos, la llave del armario. El armario de su hermano Paquito despertaba la curiosidad del niño, se imaginaba que atesoraba en su interior algo fantastico e inaccesible. Cuando Paquito comenzó a afeitarse, papá le trajo una afeitadora electrica, y todos sus amigos de la calle estuvieron en casa para verla
‑¡Anda chico! ahi es nada...una afeitadora electrica
Claro que...Paquito, con sus dieciseis años, era ya todo un Funcionario del Gobierno; al niño esto de "funcionario del gobierno" le sonaba algo asi como a "Embajador Plenipotenciario de sus Augustas Majestades ante la Corona Real del Imperio Austro‑Húngaro" ‑lo de austro‑húngaro lo había aprendido en un libro de Emilio Salgari ‑no recuerda cual‑ y le gustaba emplearlo cuando jugaba "a piratas". Cuando el niño fue creciendo se enteró de que eso de ser "funcionario del gobierno" no tenia mayor misterio...
El niño sabía que si insistía, su madre rendía la plaza
‑¡Anda! deja que tome la lupa de Paquito, no va a notar nada
‑Está bien, cógela, pero luego se la dejas como él la tenía..¡ya sabes como se pone..!
Paquito tenía las tardes libres, y las echaba en llevar la Contabilidad del Casino; con el primer sueldo que le pagaron le compró al niño ‑el niño no lo olvidará nunca‑ sus primeros libros de lectura; eran ocho, ‑del número no tiene duda‑ y eran de Emilio Salgari: "La Cimitarra de Buda", "Cabeza de Piedra"...
El niño tomaba la lupa del escritorio de su hermano, teniendo antes la prevención de memorizar la ubicación exacta de la misma: "eso es ‑se decía‑ entre el cortaplumas y la agenda, la cabeza hacia el interior..."
Armado con la lupa, abrigado el cuerpo por los faldones cálidos y suaves de la funda de la mesa camilla, y abrigado el corazón con el tintineo de la lluvia en los cristales, se sumergía el niño en la caja de las fotos. Las más antiguas siempre estaban al fondo; amarillentas, medio tostadas ‑algunas‑ por los cirios encendidos ante ellas el Dia de Difuntos, pobladas ‑casi todas‑ por excrementos de moscas, pegadas, las fotos, sobre cartón duro de la Unión Postal Universal. El niño volcaba la caja sobre la mesa, y las colocaba ‑primero de nada‑ boca abajo, y así las iba tomando, le gustaba la sorpresa.
‑No las rompas, ten cuidado, que luego se enfada tu padre...
‑Si mamá ‑respondía el niño cuya imaginación había cortado ya amarras con el presente y, hundida ya en su mundo mágico, en su propio fantastico mundo navegaba libre por el infinito paisaje del Tiempo utilizando, tan solo, la lupa y aquellas viejas fotos antiguas, como aguja de marear.
La primera que llega a sus manos es una vista de Allí, con el Presidio al fondo sobre el Monte.
El niño llamaba a su madre que era ‑bien lo sabía él‑ la compañía imprescindible para ver bien las fotos y enterarse, también, de las historias que ellas encerraban.
‑Mama..
‑¿Qué...?
‑¿Vienes..?
Y la madre, con el delantal puesto ‑aquel viejo y desgastado delantal gris‑ y secándose las manos que le huelen a lejía, se sentaba también junto a la mesa camilla, como todos los días de lluvia
‑Mamá, ¿cómo se llama esta calle?
‑Es el Paseo "de Las Palmeras"
‑Y...¿donde está la Estatua del General?
‑Ahi no viene, esta foto es más antigua. ¿Ves ese edificio negro de la derecha? Eso era una Escuela
‑¿Si?
‑A esa Escuela iba tu padre cuando era como tú, y a la salida se remolcaba de los coches de caballo.
‑¿Un coche de caballos como éste?
‑Si, y si el cochero tenía malas pulgas le pegaba con la tralla
‑¿Qu es una tralla?
‑Un látigo que no duele
Por el centro de la foto, que es el centro de la calle, viene hacia el niño un coche de caballos, junto a una camioneta cuadrada y negra como las que él ha visto tantas veces en las peliculas de Charlot
‑Mira, un sombrero como éste lleva Charlot en una pelicula
‑Se llama "canotier" ‑contesta la madre‑ tu padre también lo usaba cuando "me pretendía"
‑¿Qué es eso de "...me pretendía"
‑Pues, que ya "me hablaba"
‑Y ¿que es eso de "...me hablaba"
‑Anda, mira la foto, ¡tonto...! ¡pues que éramos novios! antes se decía así.
La madre pasa su mano, arrugada y deformada por "la reuma", sobre los cabellos rebeldes del niño, y se rie de sus preguntas. ‑Ya ha dejado de llover ‑le dice al niño‑ ¿no te quieres ir ajugar a la calle?
El niño no contesta, sus ojos no se apartan ya de la ventanita de la lupa, "ventanita de barco" la llamó él cuando su hermano la sacó del escritorio.
‑Hay un coche detenido... ‑para el niño no existe ya el papel de la foto, solo la imagen; se ha convertido asi la "foto" en una ventanita al pasado‑ ...hay un coche parado junto al Hotel.
‑Ese era el Hotel de las Naciones, y el coche servía para recoger a los viajeros que venían en el Barco...
‑¿Quién es este hombre, que está junto a papá?
‑¿Ya has tomado otra foto?
‑¡Claro! Luego, cuando te marches tú, vuelvo a repasarlas más despacio.
La madre toma las gafas y mira la foto alargando el brazo. Le quedó esta costumbre desde que "andaba" sin lentes
‑Se te van a caer las gafas, mamá. ¿Por qué no dejas que yo te las arregle? ¿eh?
‑No que aún me las romperás más, ya lo hará tu padre. La madre tarda en recordar, ya hace muchos años que fue joven ‑¿este que está junto al autobús?
La foto representa el Ford del año 25 que tenía el padre del niño en la Linea regular Allí‑Campo Exterior, es el mismo o parecido autobús que se llevo el temporal una noche en que el mar saltó a la carretera.
‑Este es Antonio...Antonio Vera; y trabajaba con tu padre de conductor. Cuando estalló la Guerra, ¿sabes? la noche que bombardeaban los republicanos nos ibamos todos a la kábila de El Viú, tu padre nos llevaba en el autobús; y este Antonio era tan miedica que se quedaba en la kábila incluso cuando todos los hombres ya habían regresado al Pueblo. Tu padre no hacía más que mandarle recados con un leñador que le traía carbón para el autobus, pero Antonio Vera no bajaba; ¡lo miedoso que era! Una noche que cenó con nosotros en casa...(yo estaba ya embarazada de Paquito ¿sabes?) ‑una sonrisa tierna aparece en el rostro de la madre‑ que nació cuando terminó la Guerra; pues sonó la sirena de los bombardeos y él salió corriendo del comedor para meterse debajo de nuestra cama; tu padre y yo nos fuimos al sótano de la casa y Antonio, por más que lo llamamos, no consintió en salir de su "refugio". Cuando terminó el bombardeo se lo había hecho todo encima, ¡se puso...!
‑¿Vive, todavía...?
La madre tiene la mirada perdida en los recuerdos
‑¿Quién...?
‑¿Quin va a ser? Antonio Vera ‑responde el niño desesperado de los sueños de su madre.
‑No, después de la Guerra se embarcó en un petrolero....noruego, o sueco. Y una noche de temporal se cayó al mar y no lo encontraron jamás. Era muy bueno. ¡la de noches...! que me había dormido a Paquito en sus brazos cuando acompañaba a tu padre a casa.
‑Está, el autobús, cerca de la playa ¿verdad mamá?
‑¡Huy! esto está ya muy borroso, no puede distinguirse. Anda déjame que la mire con la lupa.
La madre del niño, seca sus manos de la lejia en el delantal por segunda vez, le da mucho respeto que se pueda caer la lupa al suelo y romperse ‑A ver a ver...si, es la playa. Y esta casa que asoma detrás del autobús era de los Peones Camineros. El autobús tenía ahi una Parada.
‑¿Este fue el que se llevó el mar cuando aquel temporal tan fuerte?
‑Pues no lo se, tu padre tenía dos autobuses. Pudo ser uno cualquiera de ellos.
El niño vuelve a colocar otra fotografía debajo de la "ventanita de barco" que es para él ‑ya se ha dicho‑ la lupa. Y asomado a ella, a su pequeño "ojo de buey", observa los barquitos antiguos fondeados en la bahía:
‑Mira, no son como los de ahora, ¡tienen velas! ‑descubre el niño asombrado‑ como los que describe Emilio Salgari en sus novelas.
Las barcas de pesca, inmóviles sobre un mar calmo, con las jarcias desnudas e inclinadas, toman la apariencia de algo dormido, de algo que está en reposo.
‑¿Donde estaba el Cuartel de papá?
‑Al otro lado de la montaña, ahi no se ve.
‑Oye, mamá, ¿tan pequeñito era el autobús de papá?
El niño toma y suelta fotografias con mucha rapidez, picotea de ellas como un pajarillo en el secano.
‑Pero...¿ya has visto la anterior?
‑Pues ¡claro! ‑dice él muy convencido y autosuficiente.
"Ca..sino, Aa.fri.cano" ‑lee el niño‑ ¿Esta es la calle Real?
‑Si
‑Anda, ¡que estrecho!, Y ¡parece de juguete!
‑¿La calle?
‑No, ¡tonta! el autobús de papá, que parece de juguete, por lo pequeño claro. Este del caballo se ha parado para salir en la foto. ¿Lo ves cómo nos mira?
La madre sonrie.
‑Se parece mucho al lotero del Zoquillo. ‑insiste el niño
‑¿A quien dices, a Ramonete?
Pero ya ese que se parece a Ramonete y la fotografía entera ha perdido interés para el niño, que la ha sepultado en la caja de cartón y ha vuelto a tomar otra, para seguir asaeteando a su madre con más preguntas.
‑Oye, mamá, ¿por qué tienen todas, este color marrón?
‑Porque son viejas.
‑¡Hala! ¡ya estás inventando otra vez! no es por eso, Paquito me lo ha explicado.
‑¿Entonces por qué me lo preguntas? ‑responde la madre marchando a la cocina ¡déjame un rato, ¡anda...!, que tengo que coser una camisa de tu hermano, mañana tiene que hablar con su Jefe, le van a dar un aumento de sueldo ¿sabes?.
La madre del niño se siente muy orgullosa de su Paquito, el mayor de los hijos. Paquito es ya todo un hombre que mete su buen dinerito en casa cada último de mes; y es, gracias a su Paquito, ‑como ella lo llama‑ que puede ir comprándole algunas cosillas a los más pequeñajos de la casa. "Es ya todo un hombre...si señor"
"Puen...te de Al...mi...na" ‑mira mamá, y está parado sobre él el autobús de papá. ¿Aquí tenía su parada el coche de caballos del abuelo?
‑No, eso es un cuartelito pequeño que había junto al Café del Campanero. La Parada estaba en frente.
‑Pues no hay ningun coche de caballo.
‑Por que estarían dando viajes. Había muy pocos. El Pueblo era entonces muy pequeñito.
‑Y el Cuartelito este ¿de que soldados era?
‑Ahí se encontraba la Brigada Topográfica.
‑¡Ah! ‑exclama el niño satisfecho de ir asociando y estructurando en su cerebro la historia de la familia‑ donde estaba el marido de la tia‑abuela Isabelita, el Candido, Candido Puchol?
‑¿Quien te ha contado a tí eso?
‑Pues la abuela, la abuela Encarna.
‑¿Has ido a verla?. Está mala, ya sabes lo que le gusta que vayas por su casa.
‑Si, pienso ir mañana, ¿si me da una peseta puedo cogerla?
‑Si es una peseta si, pero más no ¡eh!, no quiero.., ¿me oyes?
El niño levanta sus ojos grandes de su ventanita de barco, de la lupa
‑Si. ¿el abuelo le da dinero?
‑Ya sabes que están enfadados
Y un brillo inoportuno surge en los ojos cansados de la madre


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